martes

Las desventajas de una cuarentena demasiado prolongada...


La noche me acompaña y el libro de recuerdos
vuelve a abrirse en páginas ya conocidas por mí,
un descuido bastante habitual cuando recorro sus hojas arrugadas.
Veo estaciones de tren, paradas de colectivos,
veo la entrada a la estación del tren subterráneo
y las grandes avenidas del microcentro porteño.
Las idas y vueltas de la gente por avenida Santa Fe, 
el fragor del tránsito en avenida 9 de julio,
las siempre visitadas librerías de avenida Corrientes
y las interminables caminatas por Florida y Lavalle.
Caminando y saboreando el paisaje
antes de encaminarme a la estación de Retiro 
y emprender el regreso a casa.
Días soleados yendo y viniendo a El Palomar,
años de caminar sus calles ya conocidas,
y de frecuentar sus atardeceres, sus encantos y misterios,
de recorrer sus rincones más secretos y únicos.
Una pena se apoderaba de mi alma al evocar sus imágenes,
y las lágrimas brotaban al verme de pronto tan lejos.
Hoy en día ya acepté la distancia,
ya su memoria no es una situación dolorosa,
ya la nostalgia se transformó en una simple añoranza.
El peso de los años ya fue aligerandose, mitigando sus filos,
no tengo raíces a las que aferrarme,
ni gente a la cuál querer ni extrañar.
Me siento perdido entre gente extraña y hostil,
bombardeado de mensajes vacíos e imágenes huecas,
de falsas religiones y de esperanzas vanas
que no llevan a ninguna parte.
Me siento asqueado de mi mismo y de la humanidad,
flotando en lagos de fastuosa pomposidad,
obsecuentes y arrastrados por la mediocridad.
Una televisión dicta el nuevo evangelio según la paranoia
y sus predicadores son la nueva tendencia en redes.
Desmoronamiento y aburrimiento antes del suicidio,
lágrimas derramadas y puestas a secar en un mantel,
la última alegría tan lejos y la pena a flor de piel,
travesías al abasto y al parque centenario,
ecos de una felicidad pérdida hace tantos años,
tantos que ya no los puedo contar con exactitud.
Un nombre inconfesable ronda y quiere salir de mis labios,
una promesa por cumplir qué quedó en el tintero
y una puñalada sangrando en mi espalda,
delatando el río de sangre de una historia ambigua,
de amores y desamores aleatorios
y condimentos dignos de una mala  y tenebrosa novela de terror.
Escapando una noche más a la tentadora fuente del delirio,
saboreo mi sangre reseca de viejas heridas
y cierro los ojos tratando de dormir.

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