jueves

Cuántas veces se miran las estrellas sin verlas realmente.

Pocas veces el ser humano reflexiona seriamente
sobre los peligros y obscenos abismos que le rodean,
sobre el inconmensurable y eterno caos
que rige cómo tirano incontestado más allá de toda lógica,
más allá de todo orden racional,
algo que excede cualquier atisbo de la más suprema imaginación
del más brillante y despierto de los soñadores.
El caos idiota y reptante que rige los movimientos del cósmos
está más allá de todo canon ético y (tal vez) moral.
Los agujeros negros y las estrellas son indiferentes
al parecer de dioses y demonios mundanos,
concebidos y creados por una especie diminuta
en un punto perdido en una de innumerables galaxias.
Pocas veces las personas piensan en lo irracionales
que son las plegarias a un ser imaginado
a imagen y semejanza del ser humano,
un dios capaz de sentir irá divina y desayunar
con el exterminio
de sus propias magras creaciones.
Que poco productivo el tiempo dedicado a semejantes entes,
tan inexistentes cómo la noción
de una bondad y una maldad perfectas.
Todo fue oscuridad y sombras en un principio
y, muy probablemente, lo sea cuando las estrellas se apaguen.
Una mayor libertad y un mayor bienestar
son una de las primeras consecuencias de asumir
que no hay ningún ser sobrenatural que guíe nuestros pasos,
dispuesto a castigar nuestros pecados
cómo un ente omnipresente y bastante psicótico
que nos aplasta cómo a unas pobres hormigas.
El devenir del cósmico mecanismo se rige
por el imprevisible azar y no por algún destino previamente escrito,
eso es lo hermoso (y a la vez pavoroso) de existir.