sábado

Aprender a escribir es aprender a pensar


Hoy me siento brillante y escribo
versos surgidos de cierto arrogante
y agridulce bienestar del solitario.
Me siento en un rincón y miro desdeñoso
cómo gente desconocida pasa a mi lado
e ignoran los sentimientos encontrados
que me invaden de forma tumultuosa
cada vez que alzo la mirada y los observo.
Una sonrisa ácida y mal humorada
surge de lo profundo de mis entrañas
pero no hace mella en los paseantes
cuando sus pasos los llevan por casualidad
hacia el sitio en donde estoy sentado
con la mirada perdida y un cuaderno en el regazo.
Me siento confuso con mi semi invisibilidad
y me retuerzo colérico en pensamientos
cuya mordacidad me exalta y aterra,
cómo si una parte de mí supiera
que algo de la culpa primigenia de la humanidad
Vino a caer pesadamente sobre mis hombros
mucho tiempo después de aquel incidente confuso con manzanas.
Ciertamente mi alegría es tan sólo aparente,
una especie de anticuado caparazón resquebrajado
para esconder la angustia imperiosa que me invade
por el hecho de sentirme completamente solo.
Por el indiscutible y harto evidente hecho
de no caerle en gracia a absolutamente nadie.
Horrorizado por verme siempre involucrado
en medio de situaciones en las que siempre soy el que sobra,
el elemento que le quita exactitud a la ecuación.
Envuelto en los temores que habitan mis más oscuras pesadillas.
Un negro velo de temores y una profunda tristeza
clavan sus afiladas garras
y destrozan mi piel.
Descarto sumariamente estos pensamientos que me hieren
y con una sonrisa torva y cargada de veneno
le quiero hacer creer al mundo entero que no lo necesito.

martes

Brumoso pasado que reflota en formas inesperadas (basado en un texto que escribí en 2003)*

En épocas de soledad compulsiva
y febriles y famélicas ambiciones,
siempre es bueno poder contar
con un artilugio como la esperanza.
Han sido tiempos difíciles para mí,
vi demasiados rostros cínicos
y acciones cruelmente absurdas,
como salidos de una fabula cibernética
de las que no terminan al despertar
como ocurre normalmente en las pesadillas.
La sangre de mis heridas humedece mi ropa
y va dejando marcas en el suelo blanco,
camino a donde va a ser mi última morada
antes de dejar de respirar por siempre.
Descorro el velo de la incertidumbre
y me enfrento cara a cara con la muerte
en el callejón mas sórdido de la ciudad olvidada
en la que transcurrían sin pensarlo mis días
en medio de la algarabía general de la muerte diaria.
Golpeado y sangrante me debato cada día
y sangrando camino y hago aún mi propio sendero.
Voy andando lentamente y sin darme demasiada prisa
porque al fin y al cabo la vida me regaló este don.
Asqueado y hasta muchas veces asustado miro 
el mundo que se desenvuelve cada día que pasa
pero sigo de pie porque ya me acostumbré
a la fealdad del mundo y a la propia.

*este texto en su forma original ya existía fechado el 10/03/2003. Tomé la idea y lo amplié bastante como para darle una consistencia y duración apropiadas para ser publicado aquí. Desde ya la imagen no pertenece al formato original manuscrito.