domingo

Los Caminantes Ciegos

El relato de una investigación que no debió llevarse a cabo y cuyos resultados se perdieron luego del suicidio en su habitación del único sobreviviente a la explosión de una embarcación que surcaba el Paraná. Cuanto de todo lo aquí expuesto es cierto lo dejamos al juicio del lector.


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Los caminantes ciegos

   Desde siempre fui amigo del Doctor Maendrolausten, no tengo porque ocultar esa información en estas horas aciagas, pese a las historias fantásticas y llenas de malicia que andan circulando hoy en día acerca de su extraña personalidad y los sucesos relacionados con el fatídico hecho con que termino sus días. Sé muy bien que la gente prefiere olvidar los detalles sórdidos que acompañaron su vida y su más que cuestionable obra. En mi caso no me asusta quedar ligado a su nombre ya que conocí a ese hombre mejor de lo que cualquiera de sus actuales detractores podría ni siquiera soñar. Sus modales elegantes y su valiosa amistad, la cual solo estaba reservada a quienes podíamos ver más allá de su fachada de hombre atormentado y solitario que evita el contacto de los demás. El me tenía en gran estima pese a la diferencia de edad que había entre ambos, yo era mucho mayor y había pasado por la escuela de las humillaciones y el sin sabor de años de soledad antes de toparme con él. Eso me hizo especialmente receptivo a sus inquietudes y dudas con respecto a proyectos de investigación que fuimos elaborando con el tiempo y que nos llevo a descubrir aquel terrible secreto fatídico del cual hoy me veo obligado a brindar los detalles más importantes.

  Salió de una familia aristocrática venida a menos, era hijo único de una pareja muy anciana y siempre tenía sueños de grandeza apenas disimulados por un ego y un orgullo a prueba de balas. Me gustaba frecuentarlo pese a que nunca tenía tiempo para hablar conmigo y siempre usaba un tono condescendiente y hasta sarcástico para dirigirse a mí. En aquel entonces contaba yo con cierta experiencia en ese sentido y jamás me sentí herido o me ofendí por sus ímpetus juveniles que lo llevaban a aquellas muestras de descortesía. En más de un sentido el me tomaba como maestro pese a que nunca me vi a mi mismo en ese rol con nadie y menos que nadie con alguien tan sapiente pese a su corta edad como el Doctor Maendrolausten cuyo nombre se perdió junto con él en los abismos del mundo irracional al cual caímos después de asomar hacia la puerta de aquel mundo primordial oculto benignamente por años de silencio de parte de los dioses. Pero no diré más por ahora, solo que nunca supe que él tuviera afecto por algo más que por sus investigaciones y los truculentos resultados a los que llego no cambiaron eso.

    Yo empecé a frecuentar los laboratorios después de pasar confinado en mi habitación durante los últimos tres años debido aquel extraño mal que afectaba las vías respiratorias y llevaba a una muerte lenta y horrida a quien tuviera la desgracia de caer en sus garras y fue entonces cuando nos conocimos. En aquel raro edificio departíamos sobre ciencias ocultas y secretos más allá del conocimiento ordinario de la humanidad. Fue allí donde empezamos a proyectar la expedición a cierto lugar donde, según sabíamos, estaba la clave sobre el devenir de los tiempos y cosas que se perdieron en la niebla de los tiempos. Nos sentíamos a gusto en nuestro lugar común, con sus estatuas antiguas y sus luces tenues, con sus enredaderas devorándolo todo y su aire de tranquila tristeza. El mismo quedaba bordeando el rio. Un oscuro y frio recinto derruido y alejado de la vista de esa populosa peatonal y sus viandantes diarios. Un lugar al cual el sol no llegaba y las enredaderas sempiternas hacían difícil acceder. Fue en esos tétricos pasillos donde finalmente nos decidimos a dar vida a nuestro proyecto común, donde sellamos nuestra condena hasta el día en que la tierra deje de rotar al rededor de fríos firmamentos cargados de estrellas moribundas e indiferentes y errantes agujeros negros que lo devoran todo a su paso.

    Transcurría un día gris de invierno, con las hojas muertas de pasadas primaveras y el viento helado nos calaba hasta los huesos. Recibí su llamada con cierta sorpresa ya que él nunca se comunicaba conmigo a no ser que tuviera una idea importante que contar. Eran las tres de la madrugada cuando subí al tren que me habría de llevar al lugar donde me cito para comentarme algo que, según él me decía, iba a cambiar el rumbo de nuestras investigaciones y nos iba a acercar al enigma sobre tantos años de silencio sobre los particulares orígenes de nuestra ciudad y esa anécdota añeja sobre maderas que no arden con el fuego y excavaciones nunca terminadas en determinado sector de la costa del rio por el que solo se puede llegar a ciertas horas de la noche y es invisible durante el día. Me pregunte, no por primera vez, si la salud mental de mi amigo no estaba sufriendo cambios debido a nuestra exigente disciplina a la hora de encarar nuestros saberes ocultos y si tal vez no necesitaría alejarse un tiempo de la investigación de campo a fin de no caer en un estado de colapso mental. Yo mismo apenas podía soportar la idea de tener que ir a buscar claves de nuestro trabajo a altas horas de la madrugada en aquel paramo inhóspito que solo es visible en la hora más oscura de la noche y desaparece al instante siguiente de cumplirse la hora señalada en sus pórticos pétreos invisibles salvo en contadas ocasiones y diciendo las palabras correctas. Palabras que, de manera casual son mencionadas en un libro que tiene el gran merito de decirse ficticio pero que revela la clave para enseñorearse por los confines solitarios de portales más allá del entendimiento del hombre y que escritas inocentemente a modo de introducción dan más información de la que está escrita en ellas.

    Pensé en estas cosas y en otras mas que no me atrevo a decir cuando se hizo la hora de llegar al sitio donde sería nuestro encuentro. El estaba de pie junto a un farol y la luz que se derramaba sobre él le daba un tinte espectral, un tanto esotérico y me sonrió pero sus fríos ojos de zafiro no sonreían. Me miraba como midiendo la determinación que podría haber en mi en cuanto el me dijera lo que me había anunciado eran las noticias más importantes desde que empezamos a frecuentar los abismos oscuros del alma humana. Me dijo que al fin se daba la consecuencia lógica de cuando nos unimos y preguntamos a las estrellas por los misterios que yacen dormidos en los resquicios de antiguas leyendas que llegaron a nosotros en forma de literarias alusiones sobre mundos olvidados por el paso de eras enteras y razas primigenias dormidas en las profundidades del mar que esperan el momento de volver a reinar en el mundo.  En cuanto se convenció de que no intentaría detenerlo me tomo de la mano y me llevo a un derruido banco de piedra y allí justo antes de que sonaran las campanadas del reloj me dio un viejo libro gastado y una linterna. Me explico que no teníamos mucho tiempo antes de que el portal desapareciera pero que por hoy bastaba con que simplemente lo viera sin que tuviéramos la obligación de entrar en ese momento. 

    Contuve la respiración y apunte con la linterna hacia donde apuntaba el trémulo del doctor. Entonces lo vi, un portal de piedras derruidas y maderas astilladas se abrió como una boca desdentada en la orilla del rio, de su interior brotaban verdes vapores evanescentes y excresencias diversas que me recordaron la putrefacción de pantanos insanos y vegetaciones muertas bajo paramos desolados lejos de la luz del sol. A nuestra vista apareció un abismo insondable donde seres sin ojos se contorsionaban en danzas macabras y llevaban sus almas en pena atadas a cadenas oxidadas en sus manos y pies. Sus brazos eran gelatinosos brazos con escamas opacas y sus manos concluían con manos desproporcionalmente grandes con pálidos y delgados dedos palmeados y en sus cabezas horrorosas unas cuencas vacías y negras señalaban el sitio donde probablemente estaban los ojos de esas desdichadas y aborrecibles criaturas. 

    Todo se desenvolvía bajo el influjo de melodías discordantes y estridentes de tambores malditos y flautas impías que seguían un ritmo frenético y enloquecedor en un ambiente donde la luz era desconocida salvo por la fosforescente verdosidad que marcaba con su halito mortal la presencia de la muerte de todo lo que alguna vez fue verdor y la ausencia de toda posibilidad de vida más allá de aquellas informes y descarnadas criaturas olvidadas de la mano de dios. En ese momento quise echarme a correr pero mi guía me retuvo con un fuerte agarrón a la altura del hombro y me obligo a seguir contemplando aquel espectáculo escalofriante hasta que pasados unos instantes la verde niebla pareció disiparse y el son de la música fue desapareciendo lentamente mientras el portal se cerraba y el rio volvía a tener su aspecto corriente, sin nada más que turbias aguas fluyendo hacia el sur y arena estancada y salpicada de basura de la ciudad. 

    Entonces fue cuando el doctor Maendrolausten se relajo y me soltó.  Me pregunto qué opinaba acerca de lo que acabábamos de presenciar y que significado podrían tener aquellas palabras que me afirmo que leyó en voz alta pero que no recuerdo haber oído. Cuando le hice notar este detalle su rostro tomo un cariz enigmático mas no insistió en ello, dijo que mi omisión de dicho detalle pudo deberse a la novedad que todo lo visto implicaba para mí y que no era una cuestión de vida o muerte que no haya reparado en la clave que abre ese escabroso portal. Saco su pipa y se puso a fumar como si tal cosa mientras me pedía que abra su cuaderno de notas donde estaba puesto un extraño señalador y leyera sus anotaciones, quizás así entendería mejor el portento que acababa de presenciar y pudiera ordenar mis ideas al respecto. Hice caso de su indicación y abrí la página en donde su apretada escritura hacia las veces de relato y explicación de todo cuanto acabábamos de ver:

Los caminantes verdes a la vera del Rio

   Siendo la hora más oscura de la noche del 21 de abril de 19... Me encuentro en un lugar donde la corriente del rio se comporta de formas extrañas y los remolinos no conllevan el ritmo y la evolución de otras zonas de esta misma franja costera. El puente se ve a lo lejos y unos lúgubres cantos de pájaros nocturnos compiten con el lastimero silbido del viento entre las hojas para causar escalofríos al observador más casual. Me presto a pronunciar unas palabras que me vinieron en sueños, unos sueños con un hombre de traje negro sin rostro y con una sombra que parece alargarse sobre el mundo que me dijo con sonora voz, una que retumbaba en los cimientos de la tierra y desquebrajaba las rocas. Las arenas agitadas por aquel movimiento anormal del agua y el ulular de la ventisca me llevaron a decir de forma mecánica aquellas palabras de oníricas reminiscencias y entonces ocurrió lo que esperaba. Una puerta de otra dimensión se abrió ante mí y pude contemplar a aquellos caminantes ciegos de los que hablan las leyendas que circulan en mi familia. Unos horridos seres sin ojos, con manos palmeadas y resbaladizas que pululan en los abismos del inframundo que, al contrario de la creencia popular no es un páramo de llamas y cenizas sino un tumefacto y gangrenado pantano que llega hasta donde la vista alcanza. Un lugar rodeado de nieblas enfermizas y vegetación agonizante donde la luz del sol o de cualquier otra estrella no penetra y donde las estaciones del año se suceden en un continuo de nieblas eternas y putrefacción lacerante. Criaturas patéticas que arrastran los pies mientras danzan al son de tambores y flautas que destruyen la mente y acorralan la razón.  Siendo tan horrible espectáculo el que se desenvolvía ante mis ojos no pude sentir la menor piedad ante aquellas almas que olvidaron la luz del sol y la caricia del viento. Más tampoco podía odiarlas como hubiera sido esperable. Un lazo invisible que no puedo terminar de explicar me ata y me relaciona con estos ciegos habitantes de los abismos y tan espeluznante me pareció todo aquello que cerré asqueado los ojos hasta que el son de su música fue desapareciendo y el aire perdió esa cualidad enrarecida de húmeda muerte y acechanza milenaria en las grutas embarradas de pantanos inmemoriales. Todo lo que vi es real, aquellas criaturas nos precedieron en la existencia y quien sabe cual será su rol en nuestro final. No espero poder ver el día en que pueda cerrar definidamente la brecha y devolver la vida a aquella desolada región que solo los soñadores ven en noches tormentosas en sus más profundos viajes al país onírico.

    Cuando termine de leer la nota lo mire perplejo y mi mirada interrogante fue respondida con un gesto de desdén y un ligero movimiento negativo de cabeza. Al hacerle notar mi estupefacción, me dijo que lo perdonara por ocultarme una información que tenía tantas aristas y consecuencias terribles para la existencia misma de la humanidad, que él no me consideraba inferior a él ni despreciaba mi capacidad de juicio. Me explicó que esa puerta es conocida por él desde que tenía uso de razón ya que fue su padre quien lo llevó a contemplar la puerta cuando apenas tenía tres años y que pese a su corta edad pudo vislumbrar desde entonces al cosmos en toda su gloria y también en toda su tenebrosidad inherente. Me dijo que su paso por la escuela de Ciencias Ocultas no era casual y que nuestra amistad tampoco lo era. Siendo que el evitaba lo máximo posible el contacto humano mas allá de lo estrictamente considerado necesario mi alma sapiente y mis conocimientos sobre libros perdidos y olvidados lo habían maravillado y decidió que valía la pena hacer de mi su compañero y su maestro en las lenguas muertas de civilizaciones olvidadas cuyos volúmenes llenaban mi oscura y solitaria habitación en el barrio de los inmigrantes. Me preguntó nuevamente que opinaba de todo ello y, como movido por un impulso repentino finalmente me pregunto si él podía ser considerado plenamente humano teniendo en cuenta sus encontrados sentimientos hacia aquellas aborrecibles criaturas de los abismos. No sabía cómo responder a tan repentina pregunta pero su cara denotaba que esperaba mi respuesta con ansiedad. Todo lo que atiné a decir fue que simplemente su alma era tan generosa que podía empatizar incluso con aquellas almas inmundas pero que no era algo necesariamente malo o si quiera reprochable. Le prometí estudiar a fondo el resto de sus notas y comunicárselas a la brevedad y nos despedimos. Pasé el resto de la mañana pensando en lo ocurrido hasta que finalmente me dormí.

   Finalmente pasaron los días y el incidente pasó a un segundo plano por las obligaciones diarias relacionadas con mi búsqueda personal de aquella misteriosa criatura de rio que los lugareños llaman Olena y se supone es una serpiente de tiempos pretéritos que vive en las costas del Paraná. Un reptil de dimensiones más alla de la medida convencional de las grandes serpientes que a veces se pueden encontrar en la región y temor silenciado que se arrastra y lleva a las profundidades y al olvido al incauto que no tome precauciones al acercarse al agua cuando la luna reina en lo alto y la ciudad duerme un sueño intranquilo presintiendo más que sabiendo las actividades del rio en lo más oscuro de la noche. Trabajaba en un texto que me llegó hace meses por medio de un viejo amigo que vino desde el sur a pasar una larga temporada explorando las leyendas locales y me expresó su consternación al enviarme por carta este poema que le resonaba en la cabeza y le traía reminiscencias de fuerzas demasiado terribles como para jugar con la suerte en caso de ser perturbadas por impertinentes intrusiones de desvalidos caminantes ociosos.

     Lo escruté línea por línea en mi estudio luego de servirme una cena frugal y de repente recordé lo que paso aquella noche junto al doctor Maendrolausten y sus inquietantes notas compadeciéndose de aquellas infectas aberraciones que se arrastran en la oscuridad del submundo. Leí una y otra vez dichas líneas y la recomendación de no publicar semejante combinación de palabras por mucho que me viera tentado de hacerlo. La verdad sea dicha no opiné que dicho poema pasara de ser un intento pueril de un novato de describir la naturaleza esquiva y el peligro que implica la criatura que mencionan y hasta da detalles bastante escuetos pero razonablemente creíbles a pesar de todo de un posible encuentro del que el narrador salió con vida de milagro (si es que dicho incidente ocurrió en otro lugar además de la imaginación exaltada del pretendido poeta). Para dar una idea exacta del motivo real de mis dudas transcribiré dicho poema y daré detalles del carácter volátil e imaginativo de su perturbado y acaso pagado de sí mismo autor:

Olena[i]

 

El cielo coloreado en grises tonos,

los lamentos del viento errabundo

y el eco de palabras dichas antes

y que se repiten en mi mente ahora.

Todas estas cosas eran condimentos

de una musa de viejas tragedias

que con gracia infantil se posa sola

cada noche en las arenas de la costanera

y observa desde una distancia segura,

como la sociedad se devasta y se quema.

Terror reptante que acecha en la orilla

de un viejo y conocido río, allá en el litoral.

Devoradora de almas implacable y voraz,

que acecha a los desposeídos y desgraciados,

a las almas carentes de sentir y oscuras,

a personas grises y opacas sin talento aparente

a las que arrastra en medio de la corriente.

Una noche oscura y sin luna caminaba yo,

solitario a la vera del río cuando la vi ahí,

calmada y muy quieta en las aguas bajas

sus ojos refulgiendo como piedras de ámbar.

Ciertamente ella me vio poco alimenticio

o tal vez me concedió un tiempo de gracia

solo para que la pueda retratar con estas palabras

antes de sepultarme en las aguas y destrozarme.

Desde aquel fortuito encuentro del que salí vivo,

esa  duda carcome mi cabeza y no puedo dormir.

Ciertamente desde ese día evito el río de noche

y trato de robarle una sonrisa cómplice al amanecer.

 

      Lo que pensé la primera vez que leí estas líneas  fue que una combinación de circunstancias incomodas de la vida del autor en aquellos días y una maraña de elementos propios de la corriente de cualquier rio le hicieron ver ojos de animales que en realidad no se encontraban allí o al menos no podrían tener las titánicas proporciones de una bestia mitológica más sentida y temida que realmente vista. Los procesos propios de una mente cansada y esa explicación me había parecido la más plausible durante aquellos días de estudio sobre el tema y sus implicaciones no me parecieron dignos de mayor atención que como el relato típico de aquel que quiere hacerse notar por medio de una más que dudosa salvación de una muerte horrenda a causa de criaturas que el solo imaginar provoca el más profundo pavor.

     Volví a guardar mi cuaderno de notas y la carta donde me enviaron el breve y poco estético relato sobre el encuentro en el rio y ordené mis papeles antes de escribir una misiva al Rector de la escuela de Ciencias Ocultas pidiéndole información y referencias bibliográficas que tengan relación con los fenómenos arquetípicos del rio y sus costumbres. Algo que me permitiera conectar aquel insulso poema perdido en páginas de aficionados con la cruenta realidad a la que el doctor Maendrolausten me abrió las puertas leyendo aquellas palabras indescifrables que en conjunción con la oscuridad de la madrugada dieron rienda suelta a un portal del que solo pensar las terribles consecuencias que implica que su conocimiento llegue a oídos equivocados me llevaron a preocuparme frente a la conducta errática y palabras ciertamente inquietantes que el profesor dijo y escribió para referirse a él.

     Fue entonces cuando caí en la cuenta que mi compañero de excursión había mencionado que quería y cito: ver el día en que pueda cerrar definidamente la brecha y devolver la vida a aquella desolada región que solo los soñadores ven en noches tormentosas en sus más profundos viajes al país onírico. Lo que no significaba otra cosa que abrir el portal de forma definitiva y dejar que la existencia tal como la conocemos se desvaneciera en la noche de horrores indecibles y pasmosas atrocidades de la mano de una raza de ambulantes seres repulsivos que no toleran ninguna luz o fuente de vida más alla de la informe mucosidad que los alimenta en yermos y enfermizos pantanos supurantes y apestosos. Seres que caminan por senderos bajo las montañas y en cuevas subterráneas donde comen peces pálidos y sin ojos. También recordé su cara y el tono de su pregunta acerca de si su humanidad me resultaba convincente a la luz de sus sentimientos encontrados con las bestias que ambos vimos esa madrugada a la débil luz de una linterna portátil. No podía entender su actitud ambivalente ante algo que en mi no había hecho más que despertar repugnancia y hostilidad en todo mi ser. Como podía ser que Maendrolausten se sintiera tan confuso y no pudiera exteriorizar una clara postura de rechazo ante tales abominaciones de toda ley natural o divina.

   Sonó el teléfono de mi habitación y del otro lado escuche la agitada voz del doctor que me dijo tenía que verme de forma urgente y no aceptaba ninguna excusa para posponer nuestro encuentro. Le dije que en ese momento no podría estar disponible ya que me había llegado una copia encriptada de los manuscritos pnakóticos y que disponía a organizar un grupo de trabajo para su estudio y clasificación. Se rió con fuera y me dijo que había caído víctima de una clásica estafa ya que dichos libros no eran más que una mera invención de la imaginación de un autor muerto hace tiempo atrás en la más extrema miseria. Me molesté un poco ante el tono de su comentario pero recordé que mi amigo podía caer en insensateces típicas de su extremada juventud y toleré todo cuanto dijo para echar por tierra con la información que le estaba brindando. Le dije pacientemente que sabía que circulaban ciertamente ejemplares apócrifos y falsificaciones de todo tipo en el mercado literario del ocultismo pero que estaba recomendado por personas autorizadas y que mi ejemplar paso por el minucioso examen de estudiosos más experimentados y había pasado todas las pruebas de autenticidad necesarias.

     Por un momento el teléfono quedó en medio de un incomodo silencio al que finalmente el doctor quebró diciéndome que era posible que en su celo de evitarme malas experiencias hubiera olvidado el lugar que ocupaba yo como guardián de secretos olivados y escritos mas alla del recuerdo del mismísimo tiempo. Entonces me dijo que por favor hiciera el favor de acercarme nuevamente a nuestro último punto de encuentro sin hacer preguntas y que lo espere. Que las revelaciones que tenía para hacerme eran más valiosas que la letra muerta de libros escritos por manos anónimas y que hasta que incluso podrían ser de puños no humanos. Que ningún conocimiento que yo poseyera me iba a preparar para el aterrador secreto que el tenía entre manos y que haría bien en dejar de ser un diletante intrascendente y explorar por mi propia cuenta los abismos mas abisales  del saber y tratar con experiencias más alla de lo que cualquier mortal antes se atrevió a hacer.

    Ciertamente volví a preguntarme internamente por la salud mental de mi interlocutor pero no me dio tiempo a cristalizar este pensamiento cuando con voz apremiante me gritó que si desperdiciaba esta oportunidad no iba a ser más que un saco inútil de carne y huesos que escarba tímidamente la epidermis de lo oculto y prefiere la compañía de estériles trozos de papel pintado con ridículas letras antes que lanzarme a explorar las verdaderas y terribles fuentes del conocimiento de lo oculto y sus maravillas y horrores en toda su viva y cruda expresión. Que por el yo podía seguir dedicando mi vida a una farsa y a una cobarde autocomplacencia mientras el desentrañaba los oscuros enigmas que escondían las negras profundidades estigias del abismo y sus caminantes ciegos. Viendo que aun no me decidía a acompañarlo me dijo que si pensaba en aquellos seres con terror es porque todavía no había visto más alla de sus cabezas deformes y del rastro de criaturas más temibles y malvadas que ese torpe grupo de patéticos seres sin ojos. Entonces fue cuando me dijo:

    ¿Que clase de terror pueden causar más alla de su nauseabundo aspecto esas criaturas que apenas pueden caminar dos pasos sin caer enredados con sus propios pies? Eso no es más que el comienzo del misterio y que mas lejos de aquella primera visión hay elementos que usted no pudo o no quiso siquiera vislumbrar. Que aquellas malformadas e insanas criaturas que tanta repulsión le causan no son el terror de aquellos parajes ya que no pueden hacer daño alguno reptando y arrastrándose con lentitud y sin ojos en las cuencas que los guíen mas alla de sus torpes andares sin rumbo. Lo verdaderamente terrible vive y repta en los pantanos inmemoriales, vive y se alimenta de sangre y de vísceras, que cobran dimensiones más alla del cálculo y que toman formas diversas y que no se ven cuando el portal se abre. Cree que lo que vio sentado junto a mi en la orilla del rio es aterrador pero usted no sintió el aliento de esas bestias fétidas buscando refugio y rezando en una extraña lengua para que las criaturas reptantes no se los coman mientras carecen de ojos para escapar y la puerta hacia la libertad se cierra lentamente sin que puedan hacer nada. Venga conmigo esta noche y finalmente lo entenderá.

  Cuando colgué el teléfono después de asegurarle que llegaría lo más rápido que me fuera posible me vestí rápidamente y salí sin dudarlo al encuentro. Sin duda había algo en el tono de su voz que me dejó profundamente impresionado y usé el tiempo de viaje para hilar hipótesis y posibles hilos argumentales sobre lo que el Doctor me quería comunicar. Sin dudas me inquietaban profundamente sus últimas palabras y me hicieron replantearme qué clase de intenciones podría abrigar con respecto a esas criaturas y a que se refería cuando me dijo que el verdadero terror todavía estaba por venir y no tenía nada que ver con aquellas abominaciones que si bien eran insanas e imposibles de contemplar sin repulsión eran no obstante solo unas hojas marchitas e impotentes en el camino de la verdadera tempestad. Guiado por estos y otros pensamientos de la misma índole me encamine hacia la costa del rio en donde habíamos sido testigos de la aparición del portal y su lenta desaparición después.

   Cuando llegué a la costa el doctor estaba en un estado frenético y sin saludarme me hizo señas para que lo siguiera mientras corría por la arena y buscaba desesperadamente los indicios que nos permitieran encontrar el portal maligno. Apuntaba la hora y entonces el doctor pronunció lo que parecían unos horribles sonidos inarticulados pero que luego entendí finalmente eran las palabras que abrían nuestro acceso al submundo y sus efectos no se hicieron esperar. Sin darme tiempo a reaccionar me tomó del brazo y nos arrastro más alla de aquel terrible portal y nos encontramos rodeados de agua estancada y nieblas malsanas con el aroma de la podredumbre ancestral entrando en nuestras fosas nasales. Nuestra visión estaba limitada al haz de nuestra débil linterna y toda luz estaba extinta. Me di vuelta y sin poder hacer nada para evitarlo y sin poder escapar debido al barro estancado que me aprisionaba vi como la luz que se filtraba por el portal moría lentamente mientras nosotros quedábamos prisioneros de aquel espantoso panorama umbrío.

  Cuando el doctor Maendrolausten me llamo pude ver el brillo demente de sus ojos y su boca se torcía en una sonrisa que me heló la sangre. Su piel había tomado una tonalidad enfermiza y su respiración se tornó irregular y extraña. Fue entonces cuando saco un arma de su bolsillo y me dijo que lo siguiera y no hiciera preguntas. Mi pregunta sobre lo que pensaba hacer no obtuvo más respuesta que un gesto de impaciencia y entonces sin preguntar mas lo seguí de cerca y nos abrimos camino en aquellos paramos ocultos siguiendo el haz de nuestra linterna mientras yo me preguntaba a donde podríamos ir en ese lugar más alla de toda esperanza de ayuda y sin una salida  aparente fuera del portal que no se abría más que desde afuera como el doctor me dijo sin inmutarse cuando le pregunté al respecto. Me sorprendía su sangre fría y su determinación ahora que me había revelado que no teníamos escapatoria posible ya que nadie más conocía el secreto. No había más remedio que resignarse y seguimos caminando pues entendí que no había otra cosa que hacer.

    Hicimos un alto cuando ya parecía que habíamos caminado por horas, no teníamos una noción clara del tiempo ya que la oscuridad inmutable nos impedía hacer ni el cálculo más rudimentario del paso del tiempo. Nos sentamos a descansar y nos aprovisionamos de agua y comida que el doctor trajo en su equipaje. De manera milagrosa pudimos ingerir cosa alguna en ese ambiente decididamente hostil y cuando recuperamos nuestra energía proseguimos viaje, uno que no tenía una meta establecida o rumbo conocido (al menos por mi porque el doctor avanzaba a paso vivo sin vacilar, deteniéndose cada tanto para consultar ciertas señales imperceptibles para mí pero claras como la luz del día para sus avizores y expertos ojos. Seguimos así por solo dios sabe cuántas leguas sin descanso ni reparo. Cuando al fin mi guía se quedó como petrificado con un rictus de horror en el rostro y con silenciosas y desesperadas señas me rogó que guarde silencio mientras velaba la luz de la linterna y se agazapaba en el suelo tirando de mi hombro y quedando ambos escondidos entre la pálida vegetación.

   El sonido de una respiración nos llego en ese momento. Una sensación de desasosiego me oprimió el pecho pero el Doctor Maendrolausten se mantenía exteriormente sereno y me tranquilizó con un ademan de su mano. Ese sonido subía y bajaba como el viento pasando por túneles de dimensiones más alla del cálculo y cuyos ecos resonaban a nuestro alrededor. Con cada exhalación de la criatura temblaba el suelo bajo nuestros pies y se estremecían las hojas muertas que volaban enloquecidas sobre nuestras cabezas, el canto lastimero de un pájaro oscuro nos llegó desde la lejanía y bandadas de murciélagos grises salieron de los recovecos de los árboles muertos y se desvanecieron en la niebla.

     Me preguntaba por el posible origen de todo cuanto escuchábamos y sentíamos cuando frente a nosotros vi moverse a una bestia salida de las más oscuras pesadillas de un lunático. Su cuerpo se arrastraba pesadamente en el barro mas no se hundía pese a tener un peso colosal. Se movía con cierto garbo y elegancia mientras aplastaba las ramas y quebraba las raíces de los arboles marchitos. Su cabeza de titánicas dimensiones apuntaba hacia arriba y sus ojos de ámbar culminaban en el centro con sendas hendiduras negras más profundas que los abismos del cosmos. El doctor me hizo señas de que lo siguiera y salimos reptando del alcance de su vista. Cuando nos repusimos del horror el me confesó lo que tenía pensado hacer y mi terror fue tal que caí desmayado y por un tiempo no pude recordar nada. Me dijo que estaba dispuesto a salvar a los caminantes ciegos de la manera que sea necesaria y que a toda costa teníamos que impedir que la serpiente se los comiera al fin. Fue en este punto en el que recordé a los engendros ciegos y me percaté de que esta vez no los habíamos visto rondar el portal como la primera vez que nos asomamos juntos a los misterios del portal, cuando le pregunte la razón de todo aquello él empezó a reír convulsamente. En ese momento pude ver como sus ojos de color azul que tan fríos me habían parecido siempre no eran más que imitaciones de vidrio que cayeron al suelo y quedaron sepultados en el barro. Sus manos se tornaron pálidas y su boca bulbosa emitió sonidos horripilantes llamando a dioses olvidados y terribles  fueron las cosas que vi y oí en aquel entonces como para describirlas aquí.

   Al punto me vi rodeado de aquella chusma infernal de seres deformes y deformados por el paso de eones sin conocer la luz mas no era yo el objetivo de tales criaturas y pasaron a mi alrededor sin tocarme ni dañarme en lo mas mínimo. El que otrora fue el Doctor Maendrolausten me confesó entonces que él hacía mucho tiempo había salido accidentalmente por el portal cuando fue abierto por Wándulo Maendrolausten en el año de 1971 y que cegado por la repentina luz del mundo exterior se golpeo la cabeza y fue incapaz de volver a la seguridad del pantano. Que este hombre sintió piedad de su situación y dándole una falsa identidad como hijo suyo lo adoptó y le dio una vida humana. Que el pasó tanto tiempo del otro lado del portal que había olvidado todo respecto a su vida anterior hasta el día en que me conoció y una formula de saludo que le dije en broma le recordó el llamado secreto de los de su sangre. Al punto me aclaró que no pensaban hacerme daño pero que me necesitaban para poner fin a la criatura monstruosa que cada día segaba sus vidas y los arrastraba a horrores sin nombre. Me vi impotente y perdido pero decidí que podría cumplir con lo que me pedían sin ningún perjuicio para mi alma. Todo esto me dejó confuso pero finalmente emprendí el último viaje rodeado de tan extraña compañía, toda la aparente torpeza de sus andares y sus irregulares pasos habían desaparecido dando paso a una marcha decidida y rápida. Parecían animados por una nueva vida y su objetivo les daba una inteligencia y habilidad que no hubiera imaginado tras nuestro primer encuentro.

    Buscábamos la guarida de la bestia para ponerle fin y el líder que fuera en otro tiempo conocido como Maendrolausten llevaba suficiente material como para volar la mitad del mundo si así lo deseaba. Buscamos durante horas hasta que finalmente encontramos una cueva perdida en la oscuridad reinante pero cuya inquietante presencia se hacía sentir en la piel. Mi amigo se paró junto a mí y me explicó el objetivo de la expedición: Yo tendría que internarme en el nido de la bestia y poner explosivos ya que mi olor no era conocido por la serpiente y no iba a atraer su atención de manera inoportuna antes de que mi trabajo estuviese concluido. Ellos intentarían captar su atención antes de que pueda volver y mientras tanto tenía que actuar con rapidez y salir lo antes posible. Me iba a dar la mano pero se lo pensó mejor y simplemente me deseo suerte mientras guiaba a un grupo de exploradores a distraer a la abominable serpiente gigante dejando junto a mi todos los elementos explosivos y una breve carta con instrucciones precisas de cómo colocar dicho material sin volar en el intento.

    Lo que pasó entonces no me queda del todo claro ya que de un momento a otro me vi rodeado de gritos de terror y huidas despavoridas de aquellas criaturas viscosas que caían y de tropezaban entre sí. Tal era su terror que no reparaban que al tratar de huir pisoteaban y quebraban las extremidades cartilaginosas de los otros y chorros de sangre opaca y espesa brotaban de sus heridas y extremidades cercenadas. La negrura del lugar se hizo más oscura y entonces fue cuando la vi, una cabeza monstruosa de titánicas dimensiones y colmillos del tamaño de columnas surgió del barro y con un rápido movimiento arrastró a su interior a varias y desdichadas criaturas que no pudiendo huir se entregaron resignadas a su destrucción.  Una y otra vez el caos reptante se los fue comiendo y aplastando a aquellos que intentaban huir de su voracidad impía. El sonido de sus bramidos ahogaban los gritos de terror de sus víctimas y la masacre se iba consumando lenta pero inexorablemente a mi alrededor. El diabólico ser se arrastraba sin detenerse y destruía a sus enemigos con certeza y sin vacilación. Yo estaba petrificado y sin saber a dónde ir cuando una vos me grito que corriera y huyera de ahí cuanto antes, era la voz de la criatura Maendrolausten mientras un colmillo lo atravesaba  y desaparecía para siempre del mundo. En mi intento desesperado de escapar comencé a correr con desesperación para alejarme de la criatura pero el barro me hacía difícil avanzar y ya sentía su respiración y su sombra sobre mi cuando toda sensación de vida desapareció y caí en la negrura de la inconsciencia.

   Desperté en la orilla del rio y sin saber cómo fue que llegué ahí. Mis brazos estaban entumecidos y me dolía profundamente la cabeza. Mi cuerpo tenía múltiples contusiones y me costaba hablar. Estuve convaleciente en un hospital y mientras me recuperaba los recuerdos de aquel horror fueron apareciendo y salía a la luz el trágico final de aquel neurótico doctor que no era más que una impostura y una falsificación salida de los abismos ultraterrenos más abominables. Hilando lentamente mis pensamientos y esperando volver a mi habitación para revisar mis notas y libros decidí que lo mejor que podía hacer en ese momento era descansar y dejar que el tiempo aclare mis ideas. La vida tendría que seguir su curso después de todo y tal vez consiguiera la ayuda que me permitiera explorar por debajo de aquella superficial capa de olvido que comenzó a invadirme a medida que pasaban los días. Todavía no entendía mi relación con el plan desesperado (y su estrepitoso fracaso) de aquellas criaturas para terminar con una criatura que superaba sus fuerzas y que aun más las sobrepasó en astucia e inteligencia.

 

     Porque la criatura que los exterminó no lo hizo por necesidad sino con frío cálculo y acabaron en sus fauces solo por interponerse en su camino hacia la conquista de objetivos más grandes. Su hambre no es saciada con carne o vísceras sino con… miedo. La serpiente gigante se alimenta del miedo de quienes la contemplen. Su miedo en el momento de morir era más vital para ella que su magra y gelatinosa carne cubierta de escamas y fue mi temor lo que la atrajo hacia mi cuando comencé a correr para salvar mi vida. Ese era el secreto de su existencia y esa era la fuente de temor de la cual me había intentado advertir mi escamoso amigo el adoptado vástago del doctor Wándulo Maendrolausten. Una criatura que se arrastra en búsqueda de alimento que vive dentro del corazón y no en la carne misma. Ese fue el secreto que quiso desentrañar y esa fue la razón de su caída en desgracia y de la extinción de su decadente raza condenada a vagar ciegamente por pantanos inhóspitos hasta que el caos reptante los devorara uno por uno.

 

    Cuando más tarde me reuní con el Rector de la Escuela de Ciencias Ocultas y Estudios Afines y le conté mi experiencia y del trágico final del Doctor Maendrolausten me miró con extrañeza y me dijo que no pude haber conocido a nadie con ese apellido ya que el señor Wándulo había muerto hace años sin dejar ninguna descendencia. Que lo único que quedaba de aquel extraño hombre eran unas notas excéntricas y cargadas de delirios sobre civilizaciones ocultas y mutaciones horribles dignas de la más infame fantasía. Que nadie tenía registros de que sus investigaciones hubieran llegado a resultados concluyentes y que estaba trastornado por no haber obtenido ninguna prueba fiable sobre sus teorías estrafalarias. Le expliqué que toda mi carrera académica en la Escuela de Ciencias Ocultas había transcurrido cerca de su hijo que fue uno de los discípulos más brillantes con quien pude haberme topado en mis búsquedas de lo oculto y de las regiones más sombrías del alma.  Que el joven Doctor Maendrolausten era sin duda uno de los talentos más impresionantes que haya visto nunca y que su inclinación hacia las exploraciones habían sido el complemento ideal para mi profunda sapiencia en cuestiones de escrituras y civilizaciones olvidadas.

 

    Me dijo que entendía que un trauma puede crear esta clase de alteraciones de la realidad en una mente cansada y me recomendó unas vacaciones sin más ocupación que recuperarme y descansar. Que el accidente que tuve en la orilla del rio me afecto y que todo lo que le relaté no era más que un terrible mal entendido. Que mi imaginación creó todo aquel andamiaje de fantasías en el que las lecturas de toda mi vida concentraron y dieron vida a leyendas y mitos bien conocidos en nuestra comunidad. Me señaló que toda la vida fui afortunado en mis investigaciones y que nunca habíamos dado con nada que pudiera probarse más alla de toda duda. Que mis lecturas eran solo eso y que la tinta y el papel eran los responsables de dotar a mi mente de trampas en las que debido a mi debilidad y a numerosas penalidades a las que me vi llevado pasando días enteros a la intemperie de criaturas terribles y prodigios fantasmales que nadie más que yo pudo ver.

 

     Creo que la clave para que desistiera finalmente fue la desaparición misteriosa de todo el material que usamos para abrir dicho portal. Mis anotaciones, mis cuadernos, los libros consultados e incluso mi correspondencia con el Doctor Maendrolausten, todo desapareció sin dejar el menor rastro. Fue entonces cuando dejé de insistir y di el asunto por terminado Igualmente por las noches cuando el insomnio me hace su presa y todas las luces se apagan siento el aliento de aquella enorme bestia y el fulgor de sus ojos con pupilas negras como la pez buscándome para arrastrar mi alma a las profundidades innombrables para hacerse de mí como lo hizo con aquellas desgraciadas criaturas infames que pagaron el precio por desafiarla. Cada sonido que se produce en la quietud de la noche me hace sentir espasmos de terror y una intima consciencia de que en cualquier noche la criatura va a venir por mí. Cada vez que llega la noche cierro mi puerta con llave y me encierro en mi habitación con una pistola cargada con una sola bala. Si me viene a buscar no me dejaré devorar tan fácilmente, un cadáver no le servirá. Por nada del mundo la voy a alimentar.



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