lunes

Reconocimiento inútil si es que algo reconozco.

Reconozco que más de una vez fuí alguien desagradable,
admito que no siempre fui una persona en la que confiar,
más nunca la malicia fue el motor de mis injustos actos.
No busco nada parecido a una justificación ni indulgencia,
simplemente describo la situación tal y cómo es,
sin ribetes de belleza poética que endulcen el descargo
que ahora mismo me propongo hacer aquí.
No siempre fuí una luminaria de paz y serenidad,
en realidad si es por ser preciso, jamás me acerqué si quiera a serlo.
Mi sentido del humor oscila entre el extremo refinamiento
y el más básico y pueril chiste,
pocas veces encontré quien ría conmigo de igual a igual.
Una o dos veces topé con gente cuya compañía me hizo bien,
no logro recordar alguna en qué qué fuera al revés.
Constituye mi caso el del solitario que no sabe estar solo,
temo y a la vez necesito urgentemente la compañía
de personas con las cuales entablar una amistad.
Me concentro en mejorar mis cualidades positivas
pero parecen ser invisibles al común de la gente,
incluso a gran parte de mi familia que ven en mí
a un extravagante y pretensioso
que se viste pésimo y tiene un peor carácter.
No soy la estrella más reluciente
en un cielo donde otros brillan por normativas
que no puedo ni estoy dispuesto a obedecer.
La frágil existencia de una individualidad en un mundo mediocre
forzosamente conlleva una consabida soledad.
Ni siquiera sé si vale la pena poner esto por escrito,
ya que no cuento de antemano con la más remota esperanza
de que alguien entienda una palabra de todo cuanto aquí digo.
No me queda más remedio que echar esta botella al mar
y que las aguas se encarguen del resto.