sábado

Aprender a escribir es aprender a pensar


Hoy me siento brillante y escribo
versos surgidos de cierto arrogante
y agridulce bienestar del solitario.
Me siento en un rincón y miro desdeñoso
cómo gente desconocida pasa a mi lado
e ignoran los sentimientos encontrados
que me invaden de forma tumultuosa
cada vez que alzo la mirada y los observo.
Una sonrisa ácida y mal humorada
surge de lo profundo de mis entrañas
pero no hace mella en los paseantes
cuando sus pasos los llevan por casualidad
hacia el sitio en donde estoy sentado
con la mirada perdida y un cuaderno en el regazo.
Me siento confuso con mi semi invisibilidad
y me retuerzo colérico en pensamientos
cuya mordacidad me exalta y aterra,
cómo si una parte de mí supiera
que algo de la culpa primigenia de la humanidad
Vino a caer pesadamente sobre mis hombros
mucho tiempo después de aquel incidente confuso con manzanas.
Ciertamente mi alegría es tan sólo aparente,
una especie de anticuado caparazón resquebrajado
para esconder la angustia imperiosa que me invade
por el hecho de sentirme completamente solo.
Por el indiscutible y harto evidente hecho
de no caerle en gracia a absolutamente nadie.
Horrorizado por verme siempre involucrado
en medio de situaciones en las que siempre soy el que sobra,
el elemento que le quita exactitud a la ecuación.
Envuelto en los temores que habitan mis más oscuras pesadillas.
Un negro velo de temores y una profunda tristeza
clavan sus afiladas garras
y destrozan mi piel.
Descarto sumariamente estos pensamientos que me hieren
y con una sonrisa torva y cargada de veneno
le quiero hacer creer al mundo entero que no lo necesito.