viernes

Olena


El cielo coloreado en grises tonos, 
los lamentos del viento errabundo
y el eco de palabras dichas antes
y que se repiten en mi mente ahora.
Todas estas cosas eran condimentos
de una musa de viejas tragedias
que con gracia infantil se posa sola
cada noche en las arenas de la costanera
y observa desde una distancia segura,
como la sociedad se devasta y se quema.
Terror reptante que acecha en la orilla
de un viejo y conocido río, allá en el litoral.
Devoradora de almas implacable y voraz,
que acecha a los desposeídos y desgraciados,
a las almas carentes de sentir y oscuras,
a personas grises y opacas sin talento aparente
a las que arrastra en medio de la corriente.
Una noche oscura y sin luna caminaba yo,
solitario a la vera del río cuando la vi ahí,
calmada y muy quieta en las aguas bajas
sus ojos refulgiendo como piedras de ámbar.
Ciertamente ella me vio poco alimenticio
o tal vez me concedió un tiempo de gracia
solo para que la pueda retratar con estas palabras
antes de sepultarme en las aguas y destrozarme.
Desde aquel fortuito encuentro del que salí vivo,
esa  duda carcome mi cabeza y no puedo dormir.
Ciertamente desde ese día evito el río de noche
y trato de robarle una sonrisa cómplice al amanecer.